La Marimba

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Duro a la tecla, con el golpe que haga falta

lunes, 12 de julio de 2021

R NO PARTICIPA

 




Aquí me ves emitiendo un mensaje.  

Así de simple, voy comunicando algo que espero llegue a vos lo más completo posible de tal manera a que cerremos este proceso con la comprensión, ojalá que acrecentando conocimientos y mejor todavía generando una retroalimentación con algún comentario o apreciación de tu parte.

El ruso Roman Jakobson nos dejó una interpretación práctica, matemática dicen algunos, del proceso de comunicación lingüística basándose en tres componentes: E, el Emisor, M, el Mensaje y R, el Receptor.  A partir de allí desplegó una interesante teoría acerca de cuales son las posibles funciones que el lenguaje puede tener.

Gracias por seguirme hasta aquí, tenía que hacer base para poder expresar lo que el titular de este artículo significa.

Como redactor creativo, como comunicador publicitario, desde el momento de conocer la teoría Jakobsoniana, en clases de la universidad, me quedó claro que es lo que hacemos, siempre.  Incluso hasta cuando no queremos o no pretendemos hacerlo.  Emitir un Mensaje para un Receptor, determinado por nosotros o no.

El Mensaje publicitario es interesado.  A diferencia de otras formas de comunicación cuyo objetivo puede ser informar, divertir o emocionar al Receptor, la publicidad busca una acción, una respuesta por parte del mismo.  No basta que sepa de la existencia de tal producto, tal servicio o se relacione con tal marca.  Los Emisores de Mensajes publicitarios queremos que nuestro Público Objetivo pruebe, que adquiera, que se apropie, que se fidelice, que actúe como referenciador, como agente de promoción logrando más usuarios o clientes.

Podría afirmar que en 90% de los casos que pasaron por mi escritorio, este detalle – fundamental – no es tenido en cuenta.

Las marcas, las empresas, pero en especial los empresarios están concentrados en adecuar el mensaje a sus necesidades, entre ellas a la de emitir el mensaje.  La propuesta de comunicación se vuelve rápidamente la escucha del eco de sus palabras, un grito que da contra muros lejanos pero que no tienen destinatario alguno.  Una suerte de Narciso viendo su imagen reflejada en el agua.

El resultado es una campaña rebosante de clichés, de traducciones directas del brief, es decir de lo que debe ser comunicado, sin aditamento de creatividad alguno.  El mensaje está hecho a medida y gusto del emisor, en lo que bauticé como el “Síndrome de la Boutique” y del cual hablaremos alguna vez con más detenimiento.

Para que suceda todo esto de lo que hablamos influyen varios factores.  A veces en forma simple y otras compuesta cuando estos se suman.  

El tiempo de implementación de la campaña o el acotadísimo presupuesto asignado son influencias casi siempre presentes.

En otras otras situaciones genera el problema la incapacidad que tienen los que ejercen decisiones empresariales de confiar en la capacidad profesional de los publicistas.  O el caso de  mentalidades cerradas de algunos empresarios que hasta hoy se guían por la frase: “Vos no me vas a decir lo que le conviene a mi negocio”.  Mirando del otro lado, a veces hay desconfianza hacia los publicistas por alguna mala experiencia vivida.  No es dificil, pasa seguido.


Ultimamente la situación también se da por ingerencia de inexpertos que se consideran lo contrario y meten mano a propuestas comunicacionales por el hecho de hacerse notar, de cambiar algo, de emitir opinión, aun sin sustento alguno.

Como sea, en un proceso de comunicación interesado en lograr una acción determinada, todos los elementos deben ser tenidos en cuenta.

Y lo peor es que R no participe.



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